Política 2.0: la brecha cívica del Social Media
Las redes sociales se han convertido en los últimos tiempos en uno de los sectores en los que mayor y más rápido crecimiento ha experimentado la presencia de perfiles políticos.
En líneas generales, esta entrada en la Web 2.0 muestra un creciente activismo público y ofrece, por la propia filosofía del Social Media, una nueva oportunidad de renovación democrática.
Sin embargo, y a tenor de las experiencias más recientes de España y Latinoamérica, podría decirse que ese pretendido compromiso cívico aparece más lejano y borroso cuanto más intensa es la participación en Internet de representantes, candidatos y siglas electorales.
No es un problema de comunicación sino de enfoque: el que lleva a pensar que un uso masivo y dirigido de las redes sociales entre la militancia, con mensajes prefabricados en un Gabinete, es más poderoso que la transparencia, la honestidad y la interacción espontánea.
En este sentido, la proliferación de manuales de estilo para candidatos y gestores públicos a través de Twitter o de Facebook nos da la medida exacta del dislate. Por ejemplo: cuando se insta a nuestros representantes a no emitir opiniones personales; o a copiar, simplemente, copiar –que no aprender- el estilo de la audiencia –que no de la comunidad-.
No hace falta ser gurú 2.0 ni haber trabajado junto a Barak Obama –como figura en el curriculum de la mitad del ciberespacio- para comprender que la desconfianza ciudadana no se soluciona a golpe de tuit (#fulanopresidente) ni sumando fans virtuales a nuestra colección.
Eso, a lo sumo, servirá para ganar elecciones: pírrica victoria en un tiempo y en un escenario global dominado por el descrédito de las instituciones democráticas, el auge de los extremismos políticos, la desmovilización social y el retroceso de "lo público".
Por ello, se hace evidente la necesidad de destacar algunos de los "errores conceptuales" más frecuentes que, en el ámbito del Social Media, dominan el Marketing y la Comunicación Política actual.
Son, por ejemplo, los que se explican a través de ciertos referentes del imaginario popular:
- El síndrome de Tiburón. Es obvio, como en tantos otros campos, la multiplicación de iniciativas depredadoras al olor del éxito y de la moda. La ambición desmedida, el corto plazo y la limitación creativa son pésimos aliados si lo que pretendemos es conectar personas en lugar de reclutar conciencias.
- El mito de la lámpara mágica. El simple hecho de estar en las redes sociales, incluso con los mejores medios y el presupuesto más alto, no garantiza que surja ningún genio y nos conceda sin esfuerzo aparente todos nuestros deseos. Las personas, pese a todo, somos más serias que eso. Las ideas poderosas, el trabajo constante, el talento personal y el compromiso cívico elevan la calidad del discurso democrático. Y pocas veces brotan de fuentes milagrosas o de sarcófagos dorados.
- El flautista de Hamelín. La proliferación de gurús no es, en sí misma, una mala cosa. El problema surge cuando toda su experiencia y sabiduría concluye en la militancia ciega, la falta de vocación democrática y la ausencia de sentido común (la más sabia de todas las ciencias).
- El mal de la caverna. Uno de los mayores obstáculos para la renovación del debate democrático procede del ruido y la confusión que genera una filiación y un alineamiento partidista. Llevar las armas de la política tradicional al campo de las nuevas tecnologías es como pensar que nuestra sombra puede ser más poderosa que la luz que la genera. Cualquier demócrata utilizaría su blog para acercar la antorcha y sacar a los compañeros de la caverna, no para hacer juegos chinescos o lanzar discursos huecos, previsibles y autocomplacientes.
- El tambor, el himno y la bandera. Podremos tocar el tambor bien alto para que no se oiga el clamor del enemigo, para acallar el lamento de los heridos o para levantar el ardor guerrero de nuestras filas. Repetir una y mil veces un mismo mensaje, aunque en diferentes formatos (vídeo, post o comentario), garantizará que nuestro lema se escuche. Quizá también en las redes sociales. Pero sólo eso. No convencerá ni se comprenderá. Dará la razón a los que ya la tengan y alejará a los que busquen nuevos motivos para creer en la acción pública.
La brecha digital no es una barrera tan acusada, en definitiva, como la conciencia cívica que separa a quienes pretenden dominar las redes sociales de quienes aspiran a comprenderlas. Esa es la diferencia, todavía, entre ser político y ser ciudadano 2.0.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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