La adquisición de Oculus VR por parte de Facebook ofrece un componente completamente distinto al que sugerían sus operaciones anteriores: hablamos de una compañía considerada por muchos como una auténtica vedette del escenario de los videojuegos, que había conseguido generar una enorme atención a todos los niveles y muy buenos comentarios… pero cuyo ámbito hasta el momento se había considerado reservado a eso, al entretenimiento, sin ir más allá. La idea no era poca cosa, en cualquier caso: cualquier empresa con ese planteamiento que sea capaz además de alistar en su proyecto a John Carmack, el genio que estuvo detrás de id Software, creadores de los que para mí fueron juegos míticos y claramente adelantados a su tiempo, tiene todos mis respetos. No, no hablamos de tonterías: hablamos de inmersión, de meterse seriamente en un juego y disfrutarlo de verdad.
Pero más allá de los videojuegos, cualquier sugerencia a que una parte de nuestro tiempo de conexión podría estar vinculado con tener una especie de ladrillo de plástico negro sujeto delante de nuestros ojos era considerada una absoluta extravagancia, una boutade a la que no se prestaba demasiada atención. La realidad virtual era un juego, conectaba con los sueños más húmedos de los gamers que podían desconectarse completamente de la realidad y sumergirse en un mundo sin prácticamente ningún estímulo externo, con un mundo virtual proyectado directamente ante sus ojos en el que pasaban a centrarse en el juego. Una idea sin duda atractiva, como atestiguan los muchos testimonios de quienes han tenido la oportunidad de probar Oculus VR en las numerosas ferias de electrónica de consumo y videojuegos en las que lleva apareciendo desde hace casi dos años, o el éxito delcrowdfunding de la compañía en Kickstarter.
Por supuesto, Mark Zuckerberg puede estar, con esta operación, jugando simplemente a ser un venture capitalist, un inversor que ha visto una compañía con muchas posibilidades y que cree que puede, apostando por ella, no solo multiplicar su inversión llevando al mercado en buenas condiciones y con un importantísimo buzz factor un producto que, sin duda, puede tener un éxito más que razonable llevado al punto de precio adecuado – un producto que, además, mejoraría sensiblemente la imagen de cool de la compañía y la suya personal. Pero la lectura cuidadosa del anuncio oficial de la adquisición ofrece algo muy diferente:
While the applications for virtual reality technology beyond gaming are in their nascent stages, several industries are already experimenting with the technology, and Facebook plans to extend Oculus’ existing advantage in gaming to new verticals, including communications, media and entertainment, education and other areas. Given these broad potential applications, virtual reality technology is a strong candidate to emerge as the next social and communications platform.
Mobile is the platform of today, and now we’re also getting ready for the platforms of tomorrow. Oculus has the chance to create the most social platform ever, and change the way we work, play and communicate.
De lo que estamos hablando es, en efecto, de un animal completamente diferente: sí, el desarrollo de la realidad virtual puede haber estado hasta el momento vinculado a los videojuegos, la inmensa mayoría de los que aportaron dinero en Kickstarter pueden haber sido los llamados heavy gamers, y es muy posible que una parte importante de la I+D que siga impulsando el progreso de este tipo de tecnologías se mantenga en ese terreno. Pero de lo que hablamos, en efecto, es de mover el foco de la tecnología para aplicarla a un entorno mucho más amplio, que va desde las interacciones entre personas hasta todo lo que se nos pueda pasar por la imaginación: asistir virtualmente a un evento, a una conferencia, a una clase o a una reunión, o plantear experiencias incluso completamente imposibles. Cuando la realidad que experimentan nuestros sentidos puede construirse a pocos centímetros de nuestra nariz y puede ofrecer un componente inmersivo y de exclusión de estímulos externos tan interesante como lo que ofrece esta tecnología, estamos de verdad planteando que una parte importante de nuestro futuro va a tener lugar, como comentábamos al principio de esta entrada, con un ladrillo negro colocado delante de los ojos. Un ladrillo negro que indudablemente mejorará muchísimo en tamaño, peso y prestaciones, pero un ladrillo negro al fin y al cabo. Una realidad diferente a la que tenemos en el lugar y el instante en el que estamos, la posibilidad de experimentar algo que está ocurriendo en otro sitio, o que sencillamente no existe y ha sido inventada para nosotros. Hablamos de, literalmente, estar con una persona o personas que se encuentran en otro sitio, pero con una calidad de interacción inmersiva, vívida y realista. Desde los usos más serios a los más alucinantes, estamos hablando de una operación capaz de redefinir realmente el panorama de muchas cosas.
Esta operación me ha proporcionado una oportunidad muy interesante: ha coincidido con la discusión en clase de la estrategia de Facebook en el IE Brown Executive MBA, un programa blended en el que estoy manteniendo una discusión en la red con veinticinco personas, directivos con experiencia, situadas en quince países del mundo… ¿hasta qué punto podría la experiencia de estar en esa clase ser diferente dentro de muy pocos años utilizando tecnologías como las que estamos comentando? ¿Cuánto puede cambiar la realidad que conocemos cuando la pasamos por las posibilidades que supone algo así? Facebook, con esta operación, está tomando algo que hasta ahora solo imaginábamos para jugar, y llevándolo al terreno de cosas que todos hacemos todos los días – además de inventarse infinitas posibilidades más.
Con WhatsApp no fui en absoluto tímido a la hora de manifestar mi escepticismo. Sigo creyendo que había infinidad de compañías mejores que WhatsApp en términos de enfoque y tecnología, y que pagar lo que se pagó por una base de usuarios en crecimiento es una barbaridad. Pero con Oculus VR, Facebook me ha emocionado, las posibilidades de esto me han conquistado completamente. Me parece una de las operaciones mas visionarias que he visto en mucho tiempo. Pagar diecinueve mil millones de dólares por WhatsApp me parece una barbaridad y una horterada. Pagar dos mil millones por cambiar el futuro tal y como lo entendemos me parece una ganga. El futuro está, literalmente, delante de nuestra nariz. A muy pocos centímetros de ella.